viernes, 14 de agosto de 2009

LECTURAS PARA EL VERANO (IV)

POR ENCIMA DE LA POLÍTIQUERÍA: SOBRE LA DEMOCRACIA Y LAS CONVICCIONES PERSONALES (II)


Además de lo ya dicho en la anterior “entrada”, ocurre que la democracia no dice relación a la entera vida humana, sino al gobierno y a la administración, a la cosa pública. Sumamente expresivo es al respecto ORTEGA Y GASSET en su célebre artículo “Democracia morbosa” (en El Espectador, tomo II, Colección Austral, Madrid, 1966, págs. 19-25), de completa lectura recomendable, pero del que copio ahora los siguientes párrafos:
“(...) La bondad de una cosa arrebata a los hombres y, puestos a su servicio, olvidan fácilmente que hay otras muchas cosas buenas con quienes es forzoso compaginar aquélla, so pena de convertirla en una cosa pésima y funesta. La democracia, como democracia, es decir, estricta y exclusivamente como norma del derecho político, parece una cosa óptima. Pero la democracia exasperada fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad.”
Cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más perturbadora será su influencia si se pretende proyectarla sobre la totalidad de la vida. Imagínese lo que sería un vegetariano en frenesí que aspire a mirar el mundo desde lo alto de su vegetarianismo culinario: en arte censuraría cuanto no fuese el paisaje hortelano; en economía nacional sería eminentemente agrícola; en religión no admitiría sino las arcaicas divinidades cereales; en indumentaria sólo vacilaría entre el cáñamo, el lino y el esparto y como filósofo se obstinaría en propagar una botánica trascendental. Pero no parece menos absurdo el hombre que, como tantos hoy, se llega a nosotros y nos dice: ‘¡Yo, ante todo, soy demócrata!’
En tales ocasiones suelo recordar el cuento de aquel monaguillo que no sabía su papel y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: ‘¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento!” Hasta que, harto de tanta insistencia, el sacerdote se volvió y le dijo. ‘¡Hijo mío, eso es muy bueno, pero no viene al caso!’
No es lícito ser ante todo demócrata, porque el plano a que la idea democrática se refiere no es un primer plano, no es un ‘ante todo’. La política es un orden instrumental y adjetivo de la vida, una de las muchas cosas que necesitamos atender y perfeccionar para que nuestra vida personal sufra menos fracasos y logre más fácil expansión. Podrá la política, en algún momento agudo, significar la brecha donde debemos movilizar nuestras mejores energías, a fin de conquistar o asegurar un vital aumento, pero nunca puede ser normal esa situación.” (...).
Como la democracia es pura forma jurídica, incapaz de proporcionarnos orientación alguna para todas aquellas funciones vitales que no son derecho público, es decir, para casi toda nuestra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias.”
Es muy recomendable, insisto, leer completo este breve ensayo.

La democracia está llamada al menos a coexistir con rasgos esenciales del hombre, si no a garantizarlos y promoverlos. Por tanto, ni teórica ni históricamente es incompatible la democracia con la convicción humana de que hay valores o bienes, algunos de ellos por encima de las instituciones y procedimientos democráticos. Si la democracia es una forma de organización política mejor que otras es porque a) fomenta la participación e imposibilita la tiranía; b) respeta y fomenta la libertad personal y, por tanto, atribuye mayor papel a la responsabilidad de cada uno, mediante la información y la educación; c) es más acorde, en suma, con la dignidad de la persona. Cuando un sistema, formalmente democrático no cumple esas condiciones, sino que tiraniza y despersonaliza, estamos ante la perversión democrática a que se refería ARISTÓTELES.
Ocurre, además, algo que es muy importante entender, a saber: que de las tres formas clásicas de gobierno, con todas sus variantes y con todas las versiones imaginables, la democracia es la que más necesita en los ciudadanos una actitud altruista. Si el gobierno corresponde a uno o a unos pocos, dejando de lado a los demás, es preciso mucho menos altruismo que en el sistema político que requiere mayor participación de todos. Hay que tomar decisiones que implican sacrifico de unos respecto de otros (salvo situaciones rarísimas de superabundancia) y es muy conveniente que esas decisiones, que, a su vez, conviene que sean aceptadas y respetadas, las tomen personas dispuestas a mirar, no lo que les interesa individualmente, sino lo que interesa más a la generalidad o a quienes tienen más necesidades o necesidades más apremiantes. A la democracia, por tanto, no le van personas con mentalidad egoísta, sino altruista.
Pero precisamente el relativismo, clásico o moderno, favorece inexorablemente la llamada dimensión técnica de la inteligencia humana, que tiende a dominar, a construir y moldear. Como se ha dicho, gracias a esa función de la inteligencia las cosas y las fuerzas de la naturaleza se hacen objetos dominables y manipulables para nuestro provecho. Desde este punto de vista, conocer es poder: poder dominar, poder manipular, poder vivir mejor.
La prevalencia del cambio antropológico derivado del relativismo se produce en detrimento de la dimensión sapiencial de la inteligencia, que busca, por encima de todo, conocer y entender, alcanzar las verdades que puedan dar respuesta cumplida a la pregunta por el sentido de nuestra existencia.
La mentalidad relativista comporta un gran desequilibrio de estas dos funciones de la inteligencia. El predominio de la función técnica significa predominio de los impulsos hacia los valores vitales (el placer, el bienestar, el poseer, la ausencia de sacrificio), que afirman y expanden a cada uno.
Por su parte, la depresión de la función sapiencial de la inteligencia inhibe las tendencias transitivas, es decir, las tenencias sociales y altruistas, con un empequeñecimiento de la capacidad de autotrascendencia, de modo que la persona se queda encerrada en los límites del individualismo egoísta. En términos más sencillos: el afán de tener, de triunfar, de subir, de descansar y divertirse, de llevar una vida fácil y placentera, prevalece sobre el deseo de saber, de reflexionar, de dar un sentido a lo que se hace, de ayudar a los demás y de trascender el reducido ámbito de nuestros intereses vitales inmediatos. Queda casi bloqueada la trascendencia horizontal: hacia los demás y hacia la colectividad (RODRÍGUEZ LUÑO). Y eso no es bueno para la salud democrática. Con otras palabra, el relativismo pretendidamente fundante de la democracia es un elemento que, en realidad, la debilita de modo permanente, es como un virus inexpugnable que la corroe.
Por supuesto, se puede estar -y muchos están, aun sin saberlo- en completo desacuerdo con la concepción de la democracia que reflejan ARISTÓTELES y con ORTEGA Y GASSET. No aceptan que la democracia no sea un Absoluto. No aceptan que sea una forma de organización social con unos fines concretos. No aceptan que sea una parte de "un orden instrumental y adejetivo de la vida" (la política, según Ortega) o "pura forma jurídica". Con todo, es innegable, en primer lugar, que la primera democracia histórica es la griega y ARISTÓTELES tiene algo que decir al respecto y lo ha dejado dicho. En segundo lugar, ocurre que desde una posición genuinamente relativista no es lógicamente posible ni ignorar ni desautorizar a ORTEGA y a quienes, como él, consideramos que la democracia no es un Absoluto ni un Todo.
La conclusión ineludible ante un relativismo que incompatibiliza convicciones y democracia es doble: 1ª) Se trata de un relativismo inconsecuente con su axiomático punto de partida (no hay verdad, sino "verdades");

2º) Se trata de un relativismo tiránico. En nombre de la libertad que es su principal bandera nominal, impide la libertad de pensamiento y de expresión, muy reales y muy encarnadas, por ejemplo, en Aristos, en Ortega y Gasset y en el firmante.
Fundada sobre ese relativismo, la democracia no sólo no fomenta ni garantiza la libertad personal, sino que la persigue. No me parece nada apetecible esa "democracia".

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