sábado, 5 de diciembre de 2009

RELEER A ALEXANDER SOLZHENITSYN (I)


ANTE LA CRISIS, CORAJE Y ALTURA

Cuando la crisis es en muchos paises tan indisimulablemente grave en las más diversas facetas (convivencia pacífica y segura, economía, libertad real, igualdad sustancial, justicia, trabajo digno, protección de los más débiles) y cuando esos países están constituidos en Estados democráticos, es hora de mirar un poco más allá de las estructuras y de las normas constitucionales y legales. Porque algo o muchas cosas están fallando estrepitosamente y, salvo para ciegos voluntarios o voluntarios miopes agudos, se impone la evidencia de que las normas y las estructuras no bastan para una vida digna, no bastan para evitar que vivamos sumidos en una atmósfera de corrupción, falsedades masivas, hirientes injusticias y desigualdades, coacción o pura negación de la libertad, villanía e incoherencia.

Muchos habían visto ya (desde los clásicos griegos) que las leyes y las estructuras no garantizan la felicidad de las naciones (de la polis o de la civitas) y de sus habitantes, pero hoy me vuelvo hacia un hombre, que hace más de 20 años, contemplaba y describía nuestro mundo occidental con ojos nuevos, mente abierta, meditadas y probadas convicciones, un talento excepcional para expresarse y un corazón sensible, acrisolado por el sufrimiento propio y ajeno.

Me refiero a Alexander Solzhenitsyn. Un escritor fuera de lo corriente -no hay más que leer, sin necesidad de llegar al excepcional Archipiélago Gulag (1975 y 1978), Un día en la vida de Iván Denisovich, Pabellón del cáncer o El Primer Círculo- al que se concedió un indiscutible e indiscutido Premio Nobel de Literatura en 1970. Pero Solzhenitsyn, una personalidad extraordinaria por muchos conceptos, difícilmente menospreciables o desdeñables (pero, de hecho, menospreciados y desdeñados, hasta nuestros días), comenzó a vivir su libertad en Occidente diciendo lo que había vivido y, lo que fue peor para su “éxito”, lo que estaba viviendo y viendo en nuestro mundo. Y entonces, tras haber dejado atrás más de cuarenta años estalinistas y soviéticos, y aunque había sido inicialmente reconocido en Occidente como un gigante literario y moral, empezó para él una segunda odisea, una suerte de Gulag soft. Se había convertido en un sujeto muy incómodo, muy perturbador. Había que anularle. Los “progresistas” españoles -que ostentan, entre los “progresistas” de todos los continentes, el record de zafiedad sectaria e intolerante- llegaron a pedir que se reinventaran los gulags para él. Tantos cientos de cosidetti intelectuales, escritores y artistas que se habían negado a ver la realidad soviética o que, más aún, expresamente formaron coro de alabanzas, no soportaban de Solzhenitsyn ni lo que había historiado ni lo que estaba diciendo. No tardó una década en ser estigmatizado y condenado al ostracismo, a la "nada" social e incluso literaria por la cultura dominante, por la corrección política, el pensamiento débil y el pensamiento único del neocapitalismo. Los mismos elementos que, si bien se mira, han sido decisivos en la tremenda crisis social y económica que sufre nuestro mundo, por mucho que desde Wall Street hasta Shangai, pasando por la City londinense, se esfuercen en disimular lo ocurrido y sus raíces, en ignorar los efectos colaterales humanos y en enarbolar cualquier indicador de recuperación, para que todo siga igual.

Poco antes de su marginación por el stablishment occidental, Alexander Solzhenitsyn pronunció en la Universidad de Harvard, el 8 de junio de 1978, un discurso, que se convirtió en un pieza clásica, pese al escándalo que provocó en los bienpensantes sostenedores de la corrección dominante y de la disidencia ornamental que era, por su inocuidad política y económica, no ya tolerada, sino incluso bienvenida para el montage pluralista. Un montage, un montaje, que sigue vigente ahora mismo.

Hoy reproduzco en negrita algunos párrafos de ese discurso, que se títuló “A world split apart”, (en inglés, tal como se pronunció, pueden leerlo, p. ej., en este link: http://www.columbia.edu/cu/augustine/arch/solzhenitsyn/harvard1978.html.)

No comentaré los párrafos, porque no debiera ser necesario y por no alargar esta entrada. Sólo me permito enfatizar mediante cursiva ciertas frases.

Después de unas primeras palabras de saludo, Solzhenitsyn dijo:

“El lema de Harvard es ‘Veritas’. Muchos de ustedes ya han aprendido y otros lo aprenderán a lo largo de sus vidas que la verdad nos elude si no nos concentramos plenamente en alcanzarla. Pero incluso mientras nos elude, la ilusión por conocerla todavía persiste y nos lleva a algunos desaciertos. Además, la verdad raramente es grata; casi siempre es amarga.”

(…)

El declive del coraje puede ser la característica más sobresaliente que un observador imparcial nota en Occidente en nuestros días. El mundo occidental ha perdido en su vida civil el coraje, tanto global como individualmente, en cada país, en cada gobierno, en cada partido político y, por supuesto, en las Naciones Unidas. Tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad. Desde luego, existen muchos individuos valientes, pero no tienen suficiente influencia en la vida pública. Burócratas, políticos e intelectuales muestran esta depresión, esta pasividad y esta perplejidad en sus acciones, en sus declaraciones y más aún en sus autojustificaciones tendentes a demostrar cuán realista, razonable, inteligente y hasta moralmente justificable resulta fundamentar políticas de Estado sobre la debilidad y la cobardía. Y este declive de la valentía es acentuado irónicamente por las explosiones ocasionales de cólera e inflexibilidad de parte de los mismos funcionarios cuando tienen que tratar con gobiernos débiles, con países que carecen de respaldo, o con corrientes desacreditadas, claramente incapaces de ofrecer resistencia alguna. Pero quedan mudos y paralizados cuando tienen que vérselas con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y con terroristas internacionales.”

“¿Habrá que señalar que, desde la más remota antigüedad, la pérdida de coraje ha sido considerada siempre como el principio del fin?”

“Cuando se formaron los Estados occidentales modernos, se proclamó como principio fundamental que los gobiernos están para servir al hombre y que éste vive para ser libre y alcanzar la felicidad. (Véase, por ejemplo, la Declaración de Independencia norteamericana). Ahora, por fin, durante las últimas décadas, el progreso tecnológico y social ha permitido la realización de esas aspiraciones: el Estado de Bienestar. Cada ciudadano tiene garantizada la deseada libertad y los bienes materiales en tal cantidad y calidad como para garantizar en teoría el alcance de la felicidad, en el sentido moralmente inferior en que ha sido entendida durante estas últimas décadas. En el proceso, sin embargo, ha sido pasado por alto un detalle psicológico: el constante deseo de poseer cada vez más cosas y un nivel de vida cada vez más alto, con la obsesión que esto implica, ha impreso en muchos rostros occidentales rasgos de ansiedad y hasta de depresión, aunque sea habitual ocultar cuidadosamente estos sentimientos. Esta tensa y activa competencia ha venido a dominar todo el pensamiento humano y no abre, en lo más mínimo, el camino hacia el libre desarrollo espiritual. Se ha garantizado la independencia del individuo a muchos tipos de presión estatal; la mayoría de las personas gozan del bienestar en una medida que sus padres y abuelos no hubieran siquiera soñado con obtener; ha sido posible educar a los jóvenes de acuerdo con estos ideales, conduciéndolos hacia el esplendor físico, felicidad, posesión de bienes materiales, dinero y tiempo libre, hasta una casi ilimitada libertad de placeres. De este modo ¿quién renunciaría ahora a todo esto? ¿Por qué y en beneficio de qué habría uno de arriesgar su preciosa vida en la defensa del bien común, especialmente en el nebuloso caso que la seguridad de la propia nación tuviera que ser defendida en algún lejano país?”

“Incluso la biología nos dice que la seguridad y el bienestar extremo habitual no resultan ventajosos para un organismo vivo. Hoy, el bienestar en la vida de la sociedad occidental ha comenzado a revelar su máscara perniciosa.”

La sociedad occidental ha elegido para si misma la organización más adecuada a sus fines, basada, diría, en la letra de la ley. Los límites de lo correcto y de los derechos humanos se encuentran determinados por un sistema de leyes, y son límites muy amplios. La gente en Occidente ha adquirido una considerable capacidad para usar, interpretar y manipular la ley (aun cuando estas leyes tienden a ser tan complicadas que la persona promedio no puede ni comprenderlas sin la ayuda de un experto). Todo conflicto se resuelve de acuerdo a la letra de la ley y este procedimiento está considerado como una solución perfecta. Si uno está a cubierto desde el punto de vista legal, ya nada más es requerido. Nadie mencionaría que, a pesar de ello, uno podría seguir sin tener razón. Exigir una autolimitación o una renuncia a estos derechos, convocar al sacrificio y a asumir riesgos con abnegación, sonaría a algo simplemente absurdo. El autocontrol voluntario es algo casi desconocido: todo el mundo se afana por lograr la máxima expansión posible del límite extremo impuesto por los marcos legales. (Una compañía petrolera es legalmente libre de culpa cuando compra la patente de un nuevo tipo de energía para prevenir su uso. Un fabricante de un producto alimenticio es legalmente libre de culpa cuando envenena su producto para darle más larga vida: después de todo, la gente es libre no comprarlo.)”

“He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y les diré que una sociedad carente de un marco legal objetivo es algo terrible, en efecto. Pero una sociedad sin otra escala que la legal tampoco es completamente digna del hombre. Una sociedad basada sobre los códigos de la ley, y que nunca llega a algo más elevado, pierde la oportunidad de aprovechar plenamente lo mejor de las posibilidades humanas. Un código legal es algo demasiado frío y formal como para poder tener una influencia beneficiosa sobre la sociedad. Siempre que el tejido de la vida se teje de relaciones juridicistas, se crea una atmósfera de mediocridad moral, que paraliza los impulsos más nobles del hombre.”

“Y será simplemente imposible enfrentar los conflictos de este amenazante siglo con tan sólo el respaldo de una estructura legalista.”

El “amenazante siglo” del horizonte de 1978 es lo que estamos viviendo ahora. Las palabras de Solzhenitsyn suenan a profecía cumplida. Me parece que sólo eran valentía al expresar un análisis sólidamente fundado en el conocimiento de la condición humana y de su historia. El Derecho y el Estado de Derecho son bienes preciosos. Pero sin elevación espiritual y moral, sin la altura intelectual que proporciona el esfuerzo y la genuina libertad, ya vamos camino no sólo de perder el Derecho y el Estado de Derecho, sino incluso de que sea insostenible el Estado de Bienestar.


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