sábado, 19 de febrero de 2011

“PARA GANAR LAS ELECCIONES, HAY QUE MERECERLO” (y II)


NO SEAMOS ANIMALES: NO VOTEMOS A ALGUIEN SIN UNA BUENA RAZÓN


  • Ninguno de nosotros controla las elecciones y sus resultados, pero cada uno es dueño de su voto. Se puede valorar en mucho el propio voto o tenerlo por muy poca cosa. En todo caso, el valor que se le atribuya sólo es real en este tiempo preelectoral: al día siguiente de las elecciones, el voto de cada uno vale menos que un yogur caducado hace un mes. Éste es el momento para hacer valer el voto.

Terminaba el “post” anterior del mismo título (parte de una frase de ZP) http://andresdelaoliva.blogspot.com/2011/02/para-ganar-las-elecciones-hay-que.html con unos cuantos ejemplos de asuntos ideológicos o impregnados de ideología aquí, en España, frente a la asombrosa afirmación de D. Mariano Rajoy (MR) de que no tenemos en España ningún problema ideológico y nuestro único problema relevante es de competencia, quiere decir, supongo, de gente competente a cargo de la cosa pública (y de la semi-pública/semi-privada, que alcanza grandísimas dimensiones). Y sí, hay un gran problema de gente competente en la vida pública. En cuanto al PSOE, no me parece necesario decir nada más con todo lo que está a la vista y con todo lo que llevo dicho en este blog. Pero me atrevo a pensar, visto lo que MR tiene a su alrededor, que quizá MR no se hace idea cabal de las dimensiones de ese problema. Porque se da también en el PP. Aclaro que, por razones de edad, ya no conozco a nadie que mande algo en el PP (ni que mande muy poco, la verdad sea dicha). Carezco, pues, de motivos personales para poner reparos a los actuales dirigentes centrales del PP. Me baso exclusivamente en comportamientos externos: lo que dicen, lo que votan, lo que pactan, lo que callan, lo que no callan. Es por los hechos, pues, por lo que pienso que el Sr. Rajoy no está rodeado de un equipo de colaboradores de acreditada competencia en distintos sectores de actividad ni de un grupo importante de hombres y mujeres con personalidad madura y sobresaliente.

Ofrezco prueba por indicios. ¿Dónde está una alternativa de política educativa del PP, sensata, valiente y bien estructurada? No se conoce. Y ¿acaso falta gente preparada y con experiencia en la educación, gente más afín al PP que al PSOE o a IU, para trabajar en esa materia? Claro que no falta esa gente: la hay, pero no ha sido seriamente movilizada. Al contrario, conozco a más de uno y más de dos que, invitados a la Comisión de Educación del PP, acabaron pronto muy desilusionados y desmotivados. En materia de Justicia, tanto dan López Aguilar, Fernández Bermejo o Francisco Caamaño como José María Michavila o Federico Trillo: unos y otros se reúnen, junto a sus correspondientes apéndices en el Consejo General del Poder Judicial, y pactan monstruos que asolan nuestra Justicia en todos los terrenos (ya he escrito sobre estos monstruos, pero volveré a hacerlo cualquier día de éstos). Pero, ¿y en economía? Ya no nos acordamos del gran fichaje, D. Manuel Pizarro, al que embarcaron a bombo y platillo cuando maldita la falta que le hacía a Pizarro meterse en el mundo partitocrático. Al bueno de Pizarro, después de perder un debate televisivo con el Sr. Solbes, le fueron arrinconando hasta el hastío y el abandono. Ahora todo el mundo reconoce que Pizarro tenía razón y que Solbes, en cambio, sólo tenía tablas para hacer surfing dialéctico y, por supuesto (para eso era Vicepresidente económico) todos los datos del mundo (trucados o no, es otro cantar) inmediatamente disponibles. Podría seguir con los ejemplos, pero por hoy es suficiente.

Habrá quien diga y ya lo estoy oyendo: “bueno, pero compare Vd. con el PSOE”. Pues no me vale la comparación. ¡Estaríamos buenos si el rasero de la competencia se estableciese con inclusión de un solo factor como la preparación de Dña. Leire Pajín! A decir verdad, MR no ha esgrimido abiertamente la competencia de su equipo por comparación con la de los miembros de los sucesivos “Gobiernos de España” presididos por ZP: hubiera sido un escarnio para su propia gente y para el mismo MR. Sin embargo la comparación flotaba y flota en el ambiente.

Pero vamos ya al tema que más interesa aquí, que es de los méritos para ganar unas elecciones y, en un plano individual – el de Vd., lector, y el mío- el de los méritos para conseguir nuestro voto: no controlamos las elecciones y sus resultados, pero cada uno es dueño de su voto. Puede cada cual valorar en mucho su voto o tenerlo por muy poca cosa. En todo caso, el valor que se le atribuya sólo es real en este tiempo preelectoral: al día siguiente de las elecciones, el voto de cada uno vale menos que un yogur caducado hace un mes. Éste es el momento para hacer valer el voto.

LAS BUENAS RAZONES PARA NO VOTAR A ZP NO SON, POR SÍ SOLAS, UNA BUENA RAZÓN PARA VOTAR A MR

En el post "MÁS DE 20 BUENAS RAZONES PARA NO VOTAR A W. Y NI UNA SOLA PARA VOTAR A H.", de 26 de junio de 2009, http://andresdelaoliva.blogspot.com/2009/06/20-razones-para-no-votar-x-y-ni-una.html  me refería al genial Julio Camba y, en concreto, a su librito “Un año en el otro mundo”, que era el año que Camba había pasado en EE.UU. y, más concretamente, en Nueva York. En varias crónicas, mi admirado arousano relataba la pugna presidencial de 1916 entre Woodrow Wilson y Charles E. Hughes, el candidato republicano. Y Camba reproducía (o se inventaba) esta frase: "'Yo conozco más de veinte buenas razones para no votar por Mr. Wilson -escribe un elector-; pero no conozco ni una sola para votar por Mr. Hughes'. Mr. Wilson, en efecto, tiene muchas faltas, y Hughes se pasa la vida señalándoselas. Lo que ocurre es que, frente a esas faltas, Mr. Hughes no presenta ninguna cualidad."

En junio de 2009 no fui más allá de la cita y una leve insinuación. Ahora sí iré más lejos. Apliquemos la descrita situación norteamericana de 1916 a la española de hoy, aunque prescindiendo de las cualidades personales, porque seguramente nuestros equivalentes a Mr. Wilson y a Mr. Hughes no carecen de alguna buena. Hay más de veinte buenas razones para no votar a Rodríguez Zapatero (ZP) (PSOE), pero ¿cuántas buenas razones hay para votar a Mariano Rajoy (MR) (PP)? No faltan los que piensan que las 20 ó 2000 buenas razones para no votar a ZP (PSOE) componen una buena razón suficiente para votar a MR (o PP). A mi me parece que ese salto (“no voto a X… ergo voto a Y”) no es, ni física ni metafísicamente, tan claro como lo presentan. Ejercitemos un poco la lógica: votar a ZP (o PSOE) es una posible acción. Y votar a MR (o PP) es otra posible acción, distinta de la anterior. Hay cierta conexión entre ellas, porque no se puede votar a ZP y votar también, el mismo día y para lo mismo, a MR. Pero la conexión no llega a ser de máxima intensidad, como la existente entre una causa y su efecto: es innegable que no votar a ZP (PSOE) no determina, ni física ni metafísicamente, votar a MR (PP). Se puede, conforme a la física y a la lógica metafísica, no votar a ZP y no votar a MR.

Esta innegable posibilidad de no votar ni a uno(s) ni a otro(s) es una de las mayores herejías contra el Catecismo del Sistema y sólo enunciarla supone que nos echan encima todo el argumentario anti-abstención más el argumentario del “voto útil”. Son argumentarios pasionales e interesados, que apelan a la visceralidad y abundan en sofismas. Básico de esos argumentarios es, ante todo, proponer votar a ZP por odio al PP o votar a Rajoy por odio a ZP. A falta de razones y argumentos, reavivan e insuflan odios, sentimientos viscerales. Ahí encaja la historieta irracional de “ellos” y “los nuestros”.

Luego está el sofisma: si Vd. no vota ni a ZP ni a MR, porque ninguno de los dos le convence mínimamente, no es Vd. un ciudadano responsable, porque no participa. Y no es Vd. una persona razonable, porque espera o pretende una perfección que no es de esperar en las opciones electorales. La verdad es muy distinta: aquí nos estamos tomando muy en serio la cita electoral y el uso del voto que a cada uno le corresponde. Estamos valorando máximamente la participación y por eso estamos pensando, razonando. Y después de pensar y razonar, se participa igual si se vota a ZP como si se vota a MR como si no se vota a ninguno de los dos o no se vota a nadie. La verdad es que a los catequistas y funcionarios del Sistema les gustaría una participación electoral consistente en que los ciudadanos acudiesen masivamente a los colegios electorales a depositar sobres recibidos por correo ya cerrados, con la papeleta introducida en la sede del partido. Nada de pensar o razonar; nada de ver qué papeleta han metido dentro: como en el chiste, “¡eso sería contrario al secreto del sufragio!” Y no es verdad que los electores racionales estemos esperando la perfección en ninguna de las ofertas: nos conformamos con que nos cuenten un programa decente y nos conformamos con tener una buena razón para apoyar alguna opción, una buena razón no contrapesada con veinte o cinco buenas razones para no apoyarla.

Ante las ofertas electorales diversas, si se carece de razones para apoyar a cualquiera de ellas, ¿por qué sería malo no apoyar a ninguna? Se diría, más bien, que eso es lo racional o razonable, porque no cabe defender como razonable dar el voto a alguien sin ninguna razón. Lo único malo que puede tener la abstención es que se deba a la pereza. Pero esa pereza es fácil de eliminar: se comparece en el colegio electoral y se vota en blanco (o sea, se entrega el sobrecito sin nada dentro) o se vota nulo. De ese modo, queda claro que uno no ha actuado por pereza y, además, nadie puede apuntarte en una lista de abstencionistas desafectos.

EL “VOTO UTIL” Y EL “MAL MENOR”: DOS TRAMPAS MORTALES

Por su parte, el argumentario del “voto útil” presupone que la utilidad debe primar sobre la racionalidad, lo que, como principio o axioma, resulta de gran debilidad. Si no hablamos de lo que a unas y otras candidaturas les pueda ser útil, sino de la utilidad del votante, ¿puede serme útil lo que hago contra los dictados de mi razón? La posibilidad de la utilidad de lo irracional se encuentra exclusivamente en el territorio de lo aleatorio, de la suerte. Pero para jugar a la suerte están la lotería o los casinos. Y, bien mirado, la apelación al “voto útil” vale sólo en el caso de que el elector encuentre razones para votar A y razones para votar B. Entonces, puede decidir votar B, porque los resultados favorables a B son de más probable consecución que los de votar a A, pese a un ligero mayor peso de sus razones personales para votar A. Pero cuando no encuentra razón para votar ni a A ni a B (o tiene buenas razones para no votar ni a A ni a B), ¿en qué consistiría para el elector la utilidad de apoyar lo que considera indigno de su personal apoyo?

Para responder a esta pregunta aparece enseguida la tesis del “mal menor”. Unos te dicen: “sí, no hay razón para votar A ni para votar B, pero vota B porque el triunfo de B es menos malo que el de A“. Y otros afirman exactamente lo mismo pero a la inversa. La consecuencia inmediata de hacer caso a unos o a otros en lo del “mal menor” es que todos acabamos votando, indefectiblemente, lo que, en sí mismo, nos parece mal, porque no hemos encontrado una buena razón para votarlo (o sí, solo que frente a una buena razón para votar a A o a B encontramos seis buenas razones para no votar ni a A ni a B). Pero hay algo muy serio contra el voto al “mal menor” y es que, mediata o indirectamente, el voto sistemático en favor del “mal menor” contribuye de manera decisiva a perpetuar un statu quo que uno considera indeseable para sí mismo y para los demás. Elección tras elección, votar al “mal menor” impide toda posibilidad de regeneración e incluso de leve mejoría de las cosas. Los “males menores” ni siquiera adelgazan, sino que engordan hasta que resulta extrañamente paradójico seguir llamándoles "menores".

Y, en un plano individual, los del “mal menor” que te convenzan están, por un lado, abusando de tu instintivo civismo y, por otro, despreciando cada vez más tu personal criterio, puesto que consideran tu voto como conquistado de antemano gracias al artilugio del “mal menor”. Paradójicamente, tu alto grado de oposición al “mal mayor” provoca que los del “mal menor” no te hagan el menor caso, no se enmienden lo más mínimo. Dicho de otra manera: como piensan que, a fin de cuentas y aunque sea por la vía del “mal menor”, eres “de los suyos”, no pintas nada para esos “tuyos”: ningún esfuerzo harán para merecer, de verdad, tu voto. Verás, en cambio, cómo sí se esfuerzan por "merecer" votos inclinados en principio al “mal mayor”.

Hay, además, algo razonable y, más, aún, racionalmente obligado cuando se nos coloca en la tesitura del “mal menor”: pensar en lo menos malo con un horizonte no limitado a los cuatro años hasta las elecciones siguientes. Así, con esa más amplia perspectiva, puede resultar perfectamente lícito y acertado pensar que el triunfo del “mal menor” a corto plazo muy probablemente conduzca a un “mal mayor” a medio plazo.

Por lo que acabo de decir (y algo más que sin duda habré olvidado), a mí me parece que, física y metafísicamente, 20 ó 1000 buenas razones para no votar al PSOE/ ZP/XX no constituyen ni una sola buena razón para votar al PP/MR. Vamos ahora con un ejercicio de imaginación. Vamos a suponer que, según la naturaleza de las cosas, que muestra la clara diferencia entre la opción de votar o no votar al PSOE (ZP) y la opción de votar o no votar al PP (MR), dos millones de electores resueltos a no votar PSOE (ZP) se apuntan al criterio “MI VOTO PARA EL QUE SE LO CURRE” (o, si prefieren algo más educado y académico, “MI VOTO PARA EL QUE SE LO MEREZCA”) y proceden, con frialdad lógica, a buscar las razones primero para decidir sobre la primera opción (votar o no al PSOE y a ZP) (lo que sólo les lleva un segundo, porque ya han visto más de veinte buenas razones para no votar a ZP o al PSOE) y, después, a buscar buenas razones (al menos una buena razón) para resolver sobre la segunda opción (votar o no al PP y a MR). Supongamos que un millón y medio de esos dos millones de electores, siguiendo este método tan racional, concluyen que carecen de una buena razón para votar al PP (MR) (o que tienen buenas razones, de peso, para no votar al PP/MR). Supongamos que ese millón y medio de electores deciden votar en blanco o abstenerse. ¿Cómo influiría esa decisión en el resultado electoral? Me parece que la influencia consistiría en que el PP no ganase las siguientes elecciones generales o no las ganase con suficiente margen para gobernar. Después. el PP tendría que cambiar o refundarse.

Salvo grandes novedades, que me parecen altamente improbables, yo tengo ya decidido qué voy a hacer con mi voto, aunque no quiero decirlo. Pero sí quiero decir que un millón y medio de electores condicionando su voto al PP de MR a que ese PP y el mismo MR se aclaren, se refuercen con gente competente y presenten un programa en positivo, sin demasiadas vaguedades, sería una presión -que es posible de mil modos diversos: cada elector puede encontrar varias vías y hay tiempo- altamente beneficiosa para este país. Porque está por ver cuántos votos merece el PSOE, cuántos el PP y cuántos otras formaciones políticas menores. Pero no ofrece duda que nosotros, los españoles, no merecemos por más tiempo a la misma clase política actual. Y si no pudiéramos cambiarla con las elecciones generales próximas -que, en cierto modo, sí podríamos- al menos deberían saber que no cuentan con un digno apoyo ciudadano.

3 comentarios:

Pablo Luis Núñez Lozano dijo...

1) Podemos perder votos del lado de los católicos que vieron que dejamos las cosas tal cual en cuanto al aborto cuando tuvimos mayoría absoluta. 2) Podemos ganar votos del otro lado. 3) Hay que hacer un cálculo de cuántos perdemos sub 1 y de cuántos ganamos sub 2. 4) Lo más probable es que no perdamos muchos votos sub 1 y sí ganemos algunos más sub 2, porque, al fin y al cabo, ¿a quién van a votar los católicos sino a nosotros, pues no tienen a nadie más? Y los del otro lado lo único que quieren es que la economía mejore.
El razonamiento, anterior, imaginado, mas verosímil.
Al PP le vendría bien que muchos, guiados por principios y no por el temor al mal mayor y otras sandeces, no le dieran su voto, porque un escarmiento a tiempo vale más que nada. Mi voto, no voto católico pero sí voto de católico, desde luego que no se lo doy. Vale muy poco mi voto, pero es mi voto, y esto es cuestión de principios.

Andrés de la Oliva Santos dijo...

Hay católicos a los que les influyen decisivamente las posturas del PP en ciertos temas, como el del aborto y lo que no hizo el PP cuando tuvo mayoría absoluta. O lo que previsiblemente harían (o previsiblemente no harían)en temas como el aborto si volviesen a gobernar. Eso, en comparación con el que ha hecho el PSOE/ZP/XX.

Respeto esa posición, aunque no la comparto (me parece muy limitada y bastante simplista). Y mi "post" no está enfocado de esa manera. Primero, porque no "creo" en un partido católico, ni oficial ni oficiosamente. Segundo, porque no estoy pensando en temas como la posición ante el aborto cuando me refiero a las 'buenas razones' para votar PP o a las 'buenas razones' para no votar PP. Estoy pensando en la educación, en la Justicia, en la promoción de un verdadero Estado de Derecho, en la inteligencia, honradez y laboriosidad de los dirigentes, en su mentalidad genuinamente liberal (es decir, amante o respetuosa de la libertad ajena)(o, por el contrario, totalitaria o autoritaria), en sus planteamientos económicos, etc. Por cierto que en estos asuntos hay no pocas "cuestiones de principios".

Que Zapatero es un desastre y que el PSOE no merece mi voto es algo que tengo claro sin necesidad de que me lo diga González Pons, por ejemplo. Lo primero lo ví mucho antes que este señor y lo segundo, antes de que este señor (insisto: es un mero ejemplo) empezase a ir al colegio.

La cuestión clave es: ¿qué indicios (al menos, indicios)nos ofrece el PP (la "gente principal" del PP) de que, llegados al poder, no serán "más de lo mismo" en el fondo y en la forma?

Si la llamada "sabiduría popular" acuñó hace mucho tiempo eso de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer" y se reconoce alguna sabiduría en esa máxima, ¿cuánta más sabiduría no encerraría "más vale lo malo conocido que lo malo por conocer"?

Si el PSOE no se acaba de convertir en un partido social-demócrata mínimamente serio, no puedo votar al PSOE, que ha hecho muchos destrozos. Pero si el PP tampoco merece mi voto, no tengo por qué considerarme obligado, ni por la lógica ni por la conciencia ni por la historieta del "mal menor" y el "mal mayor" a no abstenerme o a no emitir un voto nulo o en blanco. Primero, porque los chantajes son asquerosos, en especial cuando se formulan revestidos de impregnaciones éticas. Segundo, porque, entre males, entre malas opciones, no me da la gana -ni me lo pide la razón: me pide lo contrario, esto es no apoyar ningún mal- ponerme a medir el grado o la cantidad de maldad. Tercero, porque, visto lo visto, se me hace muy difícil determinar si A es ligeramente menos malo que B o es lo contrario.

Además de constituir un "uso de la razón" plenamente razonable, sería conveniente para el país que gran número de votantes potenciales del PP le enviaran, antes de las próximas generales, un mensaje muy claro en este sentido: "No piensen Vds. que cuentan con mi voto. No lo tengan como seguro. Puedo quedarme en casa, votar en blanco o emitir un voto nulo. A mí no me convence, para votarles a Vds., lo malo que sería que siguiese gobernando ZP (o el PSOE con otro candidato). Porque Vds. no me han ofrecido garantías (ni se han esforzado mínimamente en ello) de no hacerlo más o menos igual que ZP o el PSOE. Dénme una 'buena razón' para votar PP o no les voto"

Anónimo dijo...

Yo sí lo tengo claro. O mucho cambian las cosas, de forma seria, firme y clara o no votaré ni a uno ni a otro. Ambos están hundiendo el Poder Judicial destruyendo la independencia de los Jueces lo que constituye un perjuicio muy grave para la sociedad. Parece que su intención es volver a la época anterior a la Revolución Francesa en cuanto a garantías se refiere. Conmigo no contarán.